NoraDobarro "Nora
Dobarro: La mirada, el tiempo, el ámbito" Nora Dobarro llamó a esta muestra "Un poco de aire" y es un título sin duda pertinente ya que trata de la naturaleza como paisaje y del paisaje como naturaleza, habla de la tierra desde la tierra en su condición de planeta, que rota, se desplaza; Cita sus latitudes: Este-Oeste-Norte-Sur, convoca los ciclos,pauta la eternidad. Por cierto es algo más que un título, es una actitud que viene marcando intergralmente su actividad artística desde hace ya un tiempo. incluso sus clases de pintura en la Escuela Superior de la Cárcova también se denominan; "Un pòco de aire". Esa necesidad parece haber sido instrumentada por la artista en un viaje perpetuo a lo que es casi un lugar mítico en Córdoba, en un desplazamiento físico real, pero también en un desplazamiento conceptual del objeto, de lo mirado al mirar. De ahí que sus paisajes tengan la rara cualdidad de devolvernos el sentido de lo peremne, junto con el de fugacidad. Decimos, siguiendo a Foucault, que Dobarro mira, sabiendo lo que mira, desde dónde mira y, sustancialmente, cómo mira. Su mirada estácolocada en el mirar, por que es una mirdada que apropia, memoriza, fija el instante y en él su existencia percibida, pero no totalmente mensurable. ¿Cómo es este mirar de cómo mira? Mirar primero desde la cámara fotográfica para retener lo que inexorablemente pasa, transcurre, fuga; mirar con el parpadeo- cazador continuo, que fracciona el instante, aprisiona la luz, fija el tiempo. Mirar perpetuo puro y luego colocar, reconstruir, pincelada a pincelada ese instante, casi como en un acto alquimista, conjurador; acto de colaboración con la tierra, el planeta, el universo, afecto en obra. Percepto, afecto, conceptos de los que nos hablan Deleuze y Guttari. Dobarro dice que al apoyarnos en la tierra concientemente, vitalmente, sentimos el ser total del espacio, supone percibir la circunnavegación planetaria de nuestro habitat, el hacer con que se hace el tiempo, el ciclo de la vida, su ámbito. Dobarro nos recuerda lo que hemos desterrado de nuestra experiencia cotidiana, que el sol no es el que sale, ni es el sol el que se pone. Es la tierra la que se viste y se desviste de luz ante un sol que se consume en su propio centro. Y en ese rito cotidiano, nosotros somos, sino los primeros actores, protagonistas singulares. Esta postura de vida de la artista, es la sustencia de su poética y de sus paisajes. Fijar para luego desencadenar pictóricamente el movimiento; retener para luego liberar pictóricamente el devenir, la fugacidad; macerar el óleo para que relumbre sobre la tela la luz perseguida por la memoria volátil e imprevisible de la conciencia. Por eso en estos paisajes lo fascinante, como diría Baudrillard, es el exceso de realidad, lo evidente como evidencia pura, el instante devenido permanencia en lugar de relámpago y precariedad. Lo fascinante es esa pretensión de atrapar lo inasible, que es casi ella y sólo ella una metafísica del deseo y la voluntad. Porque ¿quién puede crear sobre lo que es creación pura, sino aquél que siente en términos existenciales? Dobarro evoca esa pintura en la cual el orden de los acontecimientos es pura luminosidad matérica, que se erige en el espacio sobrepasando lo que representa y el propio escenario de la representación. En sus paisajes hay un retorno al romanticismo de buena ley, a la utopía del sentimiento configurador de las acciones y las cosas, excluyendo los costados ambiguos y elusivos del romanticismo ambivalente. Si recordamos que el paisaje fue expulsado en los comienzos del siglo por el Picasso de la serie sobre Horta de Hebro, dando lugar a la representación de la arquitectura como todo y único espacio, fijar la mirada en esta pinturas puro aire y pura luz, implica una propuesta de nuevas lectura, un ejercicio de reconquista. ¿Qué es esta postura que nos propone Dobarro sino un descartar la cultura hedonista de las grandes ciudades, atiborradas de arquitectura que cautivaron a tantos artistas del paisaje artificial urbano? Recordemos a los expresionistas, Grosz con su poema a Nueva York (1917) en donde "todo se tuesta, está en ebullición, borbotea, grita, mete ruido, estornuda, palpita, silba, mata, suda, vomita y trabaja". La gran ciudad como unica oferta de un automatismo perceptivo, lo que Simón Marcand Fiz ha llamado modernos monumentos de la superstición. Contra ese automatismo perceptivo, contra esa catarata de estímulos contaminantes, contra ese ciudadano ametafífico, Dobarro nos propone una percepción conciente de sí misma, un ojo alerta que nos depure el concepto, que medie estéticamente entre nuestra inmovilidad aparente y el desborde dinámico de la naturaleza, entre los sueños de inmortalidad y el carácter provisional, sino efímero de la existencia de nuestra especie. Adhiere Dobarro en su práctica a este llamado de atención que formulara Walter Benjamin ya en 1933 sobre el empobrecimiento de la experiencia de nuestro siglo. El Adriano de Marguerite Yourcenar dice del retórico Polemón que vivía como hablaba, con fasto y se preguntaba qué era la voluptuosidad sino un momento de apasionada atención al cuerpò. Parafraseando a este Adriano, podemos decir que Dobarro pinta como vive, con lucidez de existencia y que su apasionada atención a la naturaleza supone un grado de extrema voluptuosidad por la vida. Si por otra parte, "toda dicha es una obra maestra", todas estas pinturas son obras de la dicha. © arteUna - Todos los derechos reservados. Registro a la propiedad intelectual N.706.777 |
---|