La
región no es un estilo, o cuando el estilo no constituye región.
Jorge
Figueroa
San Miguel de Tucumán Argentina Agosto
de 1998
¿Unifican
, identifican los estilos, en algo que podemos denominar producción
regional, casi con cierta ligereza?
El
llamado "Noroeste Argentino" no es uno, uniforme, indistinto,
idéntico excepto que se desee correr el riesgo de caer en el estereotipo
o en el habitual lugar común, no puede asegurarse la existencia de
"un estilo"; si la región es una "extensión homogénea
en determinado aspecto" , cabría preguntarse fundamentalmente
por esa homogeneidad (o por sus límites).
El trabajo con los mitos de Víctor Quiroga,
los exvotos de Blanca Machuca, la persistencia indígena
de los expresivos rostros del Pastor Titicala, los paisajes
de la Puna de Juan Carlos Entrocassi, los imponentes totems
de Alejandro de la Cruz, los diseños
geometrizantes de Enrique Salvatierra o los tejidos de Manuela Rasjido,
son inscripciones peculiares en una producción, que a veces, se generaliza
un tanto irresponsablemente. Los artistas formulan interrogantes o propuestas
de respuestas individuales -hipótesis- en un período en el que
nada puede escapar de la contaminación y la impureza. A pesar suyo,
obviamente.
Si la globalización permite uniformar para permitirse expresar -nombrar
y, por lo tanto, dominar-, los artistas marcan sus huellas en un espacio que
no es propio, en un proceso que es distinto pero, a la vez, difiere de toda
pretensión de sentido, lo prorroga implacablemente, porque no lo ofrece
de una buena vez a los receptores, inequívocamente. Entonces, ¿qué
es lo propio e inconfundiblemente regional?
Ajustando
términos
Por ello, precisamos el alcance de algunos términos usuales:
a) Regional: la definición de una región no es solo geográfica;
fundamentalmente, la producción cultural determina un espacio de saber
en el que hay que pensar las desigualdades más que en la igualdad,
como elemento que justifica hablar de una tal región. Esa producción
no es, se observará, únicamente un producto, sino también
su distribución y su consumo. Un proceso, en definitiva.
b) Fronteras: no se trata de un concepto separado y tajante; la región
de la que hablamos es la frontera que implica un exterior y un interior, un
límite en el que participan activamente dos áreas colindantes
disputándose el mismo territorio, un espacio que, por eso mismo, está
constituído por elementos culturales diferentes y hasta contrapuestos
que lo estructuran y desestructuran simultáneamente en un movimiento que no
se detiene. El arte de frontera es híbrido, su naturaleza es el mestizaje
mismo. La frontera es también el margen y el centro, en aquella cadena
derridiana de marken-marca-marcha-frontera. el margen es y no es lo
otro: es "ni".
c) Identidad: más que identidad, adquirimos "trastornos
de identidad", porque ésta nunca está dada, recibida o
alcanzada, sin más; "sólo se sufre un proceso interminable
fantasmático de identificación". La identidad no es un
documento nacional de identidad, no es una determinación policíaco-jurídica.
¿Qué cosas componen, precisamente, ese particular modo de ser
que otorgaría la tal identidad?, se preguntaba hace unos años
el teórico Juan Acha. Nadie lo había respondido
hasta ese momento, tampoco hoy.
d) Huellas / archiescritura / marcas / difference, que contituye
los "indecibles" de este proceso, en el que pueden anotarse los
registros del arte de fronteras como una producción regional. Ocupando
el espacio y el tiempo; acelerando, pero también retardando las diferencias.
En oportunidades, aplanando las distancias de los siglos y los kilómetros.
El arte de fronteras, entonces, deconstruye la oposición centro-margen;
desplaza, desliza e invierte los términos en un movimiento continuo,
subvirtiendo las jerarquías planteadas originalmente. la frontera es
hibridez, como lo caracteriza Néstor García Canclini.
En esa área, las ideas de centro y periferia no pueden entenderse como
polos estáticos y opuestos; hay una operación de dislocación
permanente.
Sucede como a nivel nacional, donde la noción de frontera extendida
socava, desarticula la distinción entre arte argentino y extranjero. Borges, hace muchas décadas, había sentenciado
que no era necesario el "color local" para ser argentino... tampoco
para ser regional.
Hay, al menos, dos líneas de trabajo para tener en cuenta en esta producción
artística: por un lado, mass-media de por medio, los artistas
se vinculan con las corrientes internacionales que se orientan en el denominado neoprimitivismo; por el otro, hay una relación previa, no conciente
en algunos casos, que vincula a los productores con esos primitivismos a través
de la fuerte presencia de las tradiciones e iconografía precolombinas
que se conservan en la región a modo de una archiescritura previa.
La partícula "neo" anticipa un modo de encuentro con las
expresiones del pasado, modo que implicará, de seguro, una resemantización.
No se trata, se verá, de una cita ingenua e incontaminada, de una apropiación,
a veces parodiando la reconstrucción del pasado, donde poco tiene que
ver con su significado original.
El producto artístico absorbe y reinterpreta mitos y ritos reutilizándolos
como un modo de conocimiento de la realidad, no ya para operar en su transformación.
La mezcla = desorden impone su propio ritmo y asimilación.
Mitos, exvotos, totems
García Canclini opina que en estas tendencias "se
restituye el rito, pero sin mito"; pero en la obra de Víctor
Quiroga ¿podrá separarse lo uno y lo otro, si se considera
a su vez, que el rito es el mito en acción?
La profesora Maria Eugenia Valentié aconseja "trabajar
con respeto al mito, porque aún no ha perdido poder". Quiroga
lo plantea en la tela con un exacerbado neoexpresionismo, alejado de todo
folklorismo o costumbrismo, porque sabe que el mito, tal como lo entendía
Roland Barthes, es un lenguaje, un habla que no se define por el objeto de
su mensaje, sino por la forma en que se lo profiere; una figuración
libre con un tratamiento acentuado del color y del dibujo.
Un abordaje distinto es el de Blanca Machuca: recordamos que
los retablos y exvotos se estructuran en un lenguaje plástico, pero
en una narración que no se entiende como sucesiva y secuencial, sino
como fragmentos, como viñetas de un comic. Toda la energía expresionista
y una composición barroca constituyen las pinturas-ensambles de Blanca Machuca, así como sus vestigrafías, en la que
expresamente se admite la influencia del tejido.
A través de Enrique Salvatierra se presenta el camino
constructivista del rescate de la cultura precolombina, en particular de La
Aguada, Santamaría y Diaguita; en su prolífica obra
cerámica, pictórica o textil, hay una carga simbólica
caracterizada por lo despojado y cierto minimalismo, signos y formas primarias,
elementales, están dotados de una significancia en la que se investiga,
nada menos, el tiempo y su conjunción en el espacio, del que sólo
puede decirse que es y permanece. Salvatierra hace trabajar la significación
en la significancia, como proceso permanente. Plantear esta perspectiva, pero
en la indumentaria, es la propuesta de Manuela Rasjido, si se
considera que la ropa es un sistema se signos, un medio que comunica y desde
el cual se emite. El arte, entonces es situado en la cotidianeidad, como un
objeto útil que acompaña la experiencia estética; de
esta manera se anula toda la rígida contraposición.
Los paisajes puneños, con su aridez natural, están presentes
en la obra de Juan Carlos Entrocassi, en la que materia y textura
dan cuenta de un exaltado subjetivismo. Paisaje subjetivizado, un poco a modo
de los románticos, si se quiere, con sublimes geografías. Este
trabajo con la materia prima también es destacable en Víctor
Montoya y Hugo Irureta: el punto de partida para composiciones
que funden - y confunden - la naturaleza con el hombre, cuyo retrato, por
excelencia, aparece representado nítidamente en Pastor Titicala,
reflejo fiel de una fisinomía.
Los signos pictográficos se distinguen claros también en las
obras de Myrian Genisans, aunque en su última producción
se acentúa la afirmación de un discurso desde la propia mirada
femenina; tejidos y bordados, desde la perspectiva del collage, constituyen
su pintura acrílica.
Julio Villafañe elabora su obra desde un gestualismo
expresivo acentuado, incorporando escrituras en las telas. En algunos casos,
semejan pizarrones que rescatan fragmentos de memoria escolar. Su informalismo
constante (la incorporación de materia, generando texturas y superficies
sólidas) fue cediendo para centrar la preocupación en el tratamiento
del espacio.
Desde otro enfoque, marcando una diferencia, se inscribe la obra de Marcos Figueroa. En su último período, elaborado
desde la ironía, ha optado por transitar un sendero inverso: el de
la desmitificación.
Mario Martinez, por su parte, centra su interés en las
ceremonias y rituales, cultos sagrados y profanos, como las fiestas de "San
Esteban" o "Mailin".
Una figuración esquematizada, con una insinuada geometrización,
aplicando el color puro, en una composición abigarrada.
El escultor Guillermo Rodriguez concentra su
atención en la imaginería. En sus cuidadas piezas de madera
desestructura la solidez de la materia y exhibe lo que muchas veces aparece
apartado de nuestra mirada corriente. El contraste entre los volúmenes
negativos y positivos, el espacio interior que se exterioriza, la recontrucción
( sencillamente, "mostrar de que modo estaban hechas las cosas..."
), en una palabra, son operaciones clarasen las obras "Suplicante" o "Imaginería para una nueva Conquista", por ejemplo. <
La imponente presencia de los objetos de Alejandro de la Cruz semeja
custodios de poderes de antaño, pero que bien podrían ser de
la actualidad. Puertas, invocaciones a las divinidades de la naturaleza -en
definitiva, totems-, trabajadas en grandes dimensiones, revelan la destreza
y habilidad técnicas del escultor que se propone, ante todo, despertar
la memoria con un a veces evidente constructivismo. |