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AdolfoNigro


"Una Pintura de las Orillas"
Laura Malosetti Costa Buenos Aires, Agosto de 1997.

"Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras...
Luego contarás las estrellas" León Felipe 1

Adolfo Nigro despliega en su obra un pensamiento plástico, tal como lo describiera Pierre Francastel: en estrecha relación con la sociedad, como uno de los modos específicos con los que el hombre informa al universo, jamás autónomo, aunque siempre específico 2 . Hoy sin embargo, tras décadas de crítica estructuralista y post-estructuralista, esta afirmación merece ser problematizada, es preciso volver a pensarla no sólo en cuanto a los modos específicos en los cuales las imágenes se conforman y se enraizan en una tradición específicamente plástica, sino fundamentalmente en su relación con sus referentes, con las ideas y vivencias que las informan.
No puede soslayarse, en el análisis de las obras de Nigro, una intencionalidad que va más allá de la mera construcción y articulación de las formas, y aun de su permanente reflexión en cuanto a sus fuentes artísticas. La suya es una poética que se nutre inequívocamente de sus convicciones políticas y afinidades literarias, de un profundo compromiso con la realidad de su tiempo y su lugar de pertenencia.
Nigro es un artista que comparte su pasión por las imágenes con una pasión por las ideas y las palabras. Palabras que por momentos han invadido sus telas, aisladas en la plenitud de su significación, y otras veces invocando la voz de los poetas: Juan Gelman, Cesare Pavese, Líber Falco, entre otros, con quienes se establece un diálogo íntimo, sensible y a la vez trascendente. En sus telas, collages, objetos, plantea cosas que no podrían decirse de otra manera, en un lenguaje visual que apela tanto a la sensibilidad como a la inteligencia. A veces la cadencia, la musicalidad de la poesía informa ritmos y colores. Pero también es seducido por la palabra exacta, por el hallazgo de ideas, conceptos coincidentes con sus ideales éticos y estéticos, de los cuales se apropia para imaginarlos en su obra. Hay en sus imágenes, una forma nueva, libre, del antiguo principio de ut pictura poesis.
Su poética se nutre también de la enseñanza de aquellos a quienes el artista elige sus maestros. De manera fundamental Torres García, Gurvich, también Bruegel, Picasso, Miró. Y otros artistas, muchos de ellos sin nombre para la historia, presencias del mundo precolombino y del arte popular, el de las calles, el de los mercados, el de los niños. Estudia a sus maestros con la humildad del que conoce bien el oficio. Aprende de ellos, como un albañil, a construir. Estudia los sistemas de construcción de las formas, en ningún momento se propone recuperar ni trasvasar otros universos de sentido.
La labor de Nigro es reflexiva, su poética se inscribe en una trama ineludible. Su obra se erige como un pronunciamiento contra el desarraigo, contra el vaciamiento de sentido, la desterritorialización. Su pensamiento es de liberación. Es, además, un pensamiento que gira en torno a la referencia a un lugar geográfico y humano bien preciso. Habla de solidaridad, de un orden misterioso que orienta aun a seres ínfimos y entrañables, como las lombrices, como los peces errantes, como los hombres.
Adolfo Nigro vive en Buenos Aires. Es un ciudadano atento: le interesa todo lo que ocurre a su alrededor, mira, escucha, lee, participa. La presencia de la ciudad, sin embargo, no resulta evidente en estos cuadros. El artista parece, más bien, dirigirse a ella en una relación dialógica cargada de propuestas. Propone un itinerario posible, un viaje. Un viaje que no es fuga ni evasión sino una suerte de regreso, la posibilidad de un reencuentro.
Nigro ha vivido muchos lugares: su Rosario Natal, Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile, Barcelona, Armacao, México, Sao Paulo; algunos más que otros, pero siempre intensamente. Ha habido desde el principio en él un desarraigo y un sentido. Busca y encuentra una identidad hecha de fragmentos, en un trabajo minucioso. En sus cuadros se encuentra la vivencia de la fragmentación que implica cada partida, y en ellos está también la búsqueda de la unidad de esos fragmentos. Dos cuadros parecen evocar los dos extremos de esta dialéctica:Rumor de islas, el desarraigo, la levedad de las figuras que flotan como impulsadas por el viento, y Umbral de la tarde, la inextricable complejidad del arraigo, sólidamente construído como un gran rompecabezas que viniera a conjurar la desintegración. Es la suya una identidad que se va construyendo en un sistema de pertinencias, apropiaciones y rechazos para proponer un lugar que cobra existencia en esos cuadros. Ese lugar tiene algo en común con Macondo y Santa María. Nigro descubre en sí un itinerario que propone a Buenos Aires, la ciudad desarraigada, la que parece dar la espalda no sólo al río sino también al continente. Le propone otros arraigos, una mirada a Rosario, a Montevideo, a los ríos.
Habla del agua y de la tierra, de las orillas, del miedo a las serpientes. Pinta sus ritmos, sus colores y sus tiempos. Pinta para Buenos Aires su verdad que también es de lombrices, de luna y peces. Propone un tiempo del río, un Cielo de arena, una tierra que se prolonga en la ciudad, invita a escuchar el rumor de ciertas islas. Como Rafael Alberti, Nigro "siente que andan las islas". Sus títulos no son casuales ni arbitrarios. Son como indicios, "pistas" para el desciframiento de sus enigmas, en los que cada detalle tiene un significado preciso.
Hay quien dice que no existe la verdad en el arte, que todo es ficción. Nigro habla de cosas que existen, de lo que ve, habla tambbién de lo que entiende y siente que hace falta. Habla de acercamiento, de la solidaridad de los seres y los objetos. Tiende a su alrededor una mirada cargada de futuro que abarca y yuxtapone significativamente seres y objetos que pueblan el mar, la tierra, el cielo. Desde lo más alto hasta lo de apariencia más insignificante.
La pintura de Nigro se nutre en el universalismo constructivo de Torres García para recorrer un camino en el que el rigor sistemático va cediendo lugar a una poética fuertemente anclada en lo local. Sus formas son cerradas pero permeables. Sus cuadros son geometrías orgánicas. Sus formas tienen ojos, patas, crestas, aletas, manos. Son formas que albergan otras formas, que crecen, que van enlazándose y continuando sus límites. Siguen ritmos, pausas, quiebres que se van desarrollando sin imposiciones, como canciones o como poemas. Sus obras nacen de la línea, del disegno en el sentido en que lo entendía Leonardo. Su dibujo construye poéticamente formas cargadas de sentido, vibrantes y cálidas.
En algunas de estas obras, como La tierra se prolonga, Umbral de la tarde o La noche es de peces, los bordes se van despoblando y dejando lugar a zonas neutras, frías, de coloración gris o azul, que sin embargo dejan traslucir a veces la imprimación cálida del fondo. En Del agua y de la tierra. Nigro va más allá sugiriendo, dentro de la planimetría, la posibilidad de una presencia volumétrica subrayada por formas laterales como planos en fuga, que permiten organizar visualmente un espacio en tres dimensiones. En estas obras, las figuras entrelazadas, mixturadas, adquieren mayor pregnancia y quedan suspendidas en ese espacio que se sugiere trascendiendo los límites del marco. Las formas parecen levitar concentrando su misterioso poder expresivo.
Nigro siempre va a los mismos lugares. Recorre los mismos caminos para encontrar nuevas maneras de ver aquellas cosas que los habitan y que lo alimentan. En estos cuadros hay presencias que recorren casi toda su obra, que nos sorprenden maduradas, mixturadas, interpenetradas.
Hay en estas obras geométricas que son lombrices, colores del océano y del Tigre. Hay almejas que son peces, manos que son almejas, cuchillos que son luna. Todo, en fin, remite a la costa, a las orillas, pero sus orillas no son sólo las del río. Habla de vivir en la orilla, en el borde de los mapas.
Estos cuadros irradian vitalidad, confianza en el hombre y sus raíces. Su perspectiva humana está presente allí, en la pintura. Se erigen contra la derrota y el extrañamiento, contra la pérdida del centro. Son cuadros rioplatenses, sudamericanos, pero también refieren a la universalidad y sus principios, a la unidad de lo animado y lo inanimado. En Cruz oceánica la simbología de la pasión cristiana se despliega en un orden nuevo, en el que la geometría de la cruz se multiplica y desordena integrando al drama otras presencias míticas y orgánicas que parecen potenciarlo y universalizarlo.
Estos cuadros invitan al descubrimiento, exigen una contemplación minuciosa, cada recorrido de la mirada permite nuevos desciframientos de una complejidad que se nos presenta como un enigmático microcosmos. Nada en la pintura de Nigro es obvio. Este texto, finalmente, no tiene otra pretensión que la de ofrecer, en palabras, una mirada desde otra orilla.

(1) León Felipe. VERSOS Y ORACIONES DEL CAMINANTE.NUEVA YORK 1929
(2) Pierre Francastel. LA REALIDAD FIGURATIVA.Buenos Aires: EMECÉ, 1970

 

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