Adolfo
Nigro despliega en su obra un pensamiento plástico, tal como lo describiera Pierre
Francastel: en estrecha relación con la sociedad, como uno de los modos específicos
con los que el hombre informa al universo, jamás autónomo, aunque siempre específico
2 . Hoy sin embargo, tras décadas de crítica estructuralista y post-estructuralista,
esta afirmación merece ser problematizada, es preciso volver a pensarla no sólo
en cuanto a los modos específicos en los cuales las imágenes se conforman y
se enraizan en una tradición específicamente plástica, sino fundamentalmente
en su relación con sus referentes, con las ideas y vivencias que las informan.
No puede soslayarse, en el análisis de las obras de Nigro, una intencionalidad
que va más allá de la mera construcción y articulación de las formas, y aun
de su permanente reflexión en cuanto a sus fuentes artísticas. La suya es una
poética que se nutre inequívocamente de sus convicciones políticas y afinidades
literarias, de un profundo compromiso con la realidad de su tiempo y su lugar
de pertenencia.
Nigro es un artista que comparte su pasión por las imágenes con una pasión por
las ideas y las palabras. Palabras que por momentos han invadido sus telas,
aisladas en la plenitud de su significación, y otras veces invocando la voz
de los poetas: Juan Gelman, Cesare Pavese, Líber Falco, entre otros, con quienes
se establece un diálogo íntimo, sensible y a la vez trascendente. En sus telas,
collages, objetos, plantea cosas que no podrían decirse de otra manera, en un
lenguaje visual que apela tanto a la sensibilidad como a la inteligencia. A
veces la cadencia, la musicalidad de la poesía informa ritmos y colores. Pero
también es seducido por la palabra exacta, por el hallazgo de ideas, conceptos
coincidentes con sus ideales éticos y estéticos, de los cuales se apropia para
imaginarlos en su obra. Hay en sus imágenes, una forma nueva, libre, del antiguo
principio de ut pictura poesis.
Su poética se nutre también de la enseñanza de aquellos a quienes el artista
elige sus maestros. De manera fundamental Torres García, Gurvich, también Bruegel,
Picasso, Miró. Y otros artistas, muchos de ellos sin nombre para la historia,
presencias del mundo precolombino y del arte popular, el de las calles, el de
los mercados, el de los niños. Estudia a sus maestros con la humildad del que
conoce bien el oficio. Aprende de ellos, como un albañil, a construir. Estudia
los sistemas de construcción de las formas, en ningún momento se propone recuperar
ni trasvasar otros universos de sentido.
La labor de Nigro es reflexiva, su poética se inscribe en una trama ineludible.
Su obra se erige como un pronunciamiento contra el desarraigo, contra el vaciamiento
de sentido, la desterritorialización. Su pensamiento es de liberación. Es, además,
un pensamiento que gira en torno a la referencia a un lugar geográfico y humano
bien preciso. Habla de solidaridad, de un orden misterioso que orienta aun a
seres ínfimos y entrañables, como las lombrices, como los peces errantes, como
los hombres.
Adolfo Nigro vive en Buenos Aires. Es un ciudadano atento: le interesa todo
lo que ocurre a su alrededor, mira, escucha, lee, participa. La presencia de
la ciudad, sin embargo, no resulta evidente en estos cuadros. El artista parece,
más bien, dirigirse a ella en una relación dialógica cargada de propuestas.
Propone un itinerario posible, un viaje. Un viaje que no es fuga ni evasión
sino una suerte de regreso, la posibilidad de un reencuentro.
Nigro ha vivido muchos lugares: su Rosario Natal, Buenos Aires, Montevideo,
Santiago de Chile, Barcelona, Armacao, México, Sao Paulo; algunos más que otros,
pero siempre intensamente. Ha habido desde el principio en él un desarraigo
y un sentido. Busca y encuentra una identidad hecha de fragmentos, en un trabajo
minucioso. En sus cuadros se encuentra la vivencia de la fragmentación que implica
cada partida, y en ellos está también la búsqueda de la unidad de esos fragmentos.
Dos cuadros parecen evocar los dos extremos de esta dialéctica:Rumor de islas,
el desarraigo, la levedad de las figuras que flotan como impulsadas por el viento,
y Umbral de la tarde, la inextricable complejidad del arraigo, sólidamente
construído como un gran rompecabezas que viniera a conjurar la desintegración.
Es la suya una identidad que se va construyendo en un sistema de pertinencias,
apropiaciones y rechazos para proponer un lugar que cobra existencia en esos
cuadros. Ese lugar tiene algo en común con Macondo y Santa María. Nigro descubre
en sí un itinerario que propone a Buenos Aires, la ciudad desarraigada, la que
parece dar la espalda no sólo al río sino también al continente. Le propone
otros arraigos, una mirada a Rosario, a Montevideo, a los ríos.
Habla del agua y de la tierra, de las orillas, del miedo a las serpientes. Pinta
sus ritmos, sus colores y sus tiempos. Pinta para Buenos Aires su verdad que
también es de lombrices, de luna y peces. Propone un tiempo del río, un Cielo
de arena, una tierra que se prolonga en la ciudad, invita a escuchar el rumor
de ciertas islas. Como Rafael Alberti, Nigro "siente que andan las islas". Sus
títulos no son casuales ni arbitrarios. Son como indicios, "pistas" para el
desciframiento de sus enigmas, en los que cada detalle tiene un significado
preciso.
Hay quien dice que no existe la verdad en el arte, que todo es ficción. Nigro
habla de cosas que existen, de lo que ve, habla tambbién de lo que entiende
y siente que hace falta. Habla de acercamiento, de la solidaridad de los seres
y los objetos. Tiende a su alrededor una mirada cargada de futuro que abarca
y yuxtapone significativamente seres y objetos que pueblan el mar, la tierra,
el cielo. Desde lo más alto hasta lo de apariencia más insignificante.
La pintura de Nigro se nutre en el universalismo constructivo de Torres García
para recorrer un camino en el que el rigor sistemático va cediendo lugar a una
poética fuertemente anclada en lo local. Sus formas son cerradas pero permeables.
Sus cuadros son geometrías orgánicas. Sus formas tienen ojos, patas, crestas,
aletas, manos. Son formas que albergan otras formas, que crecen, que van enlazándose
y continuando sus límites. Siguen ritmos, pausas, quiebres que se van desarrollando
sin imposiciones, como canciones o como poemas. Sus obras nacen de la línea,
del disegno en el sentido en que lo entendía Leonardo. Su dibujo construye poéticamente
formas cargadas de sentido, vibrantes y cálidas.
En algunas de estas obras, como La tierra se prolonga, Umbral de la
tarde o La noche es de peces, los bordes se van despoblando y dejando
lugar a zonas neutras, frías, de coloración gris o azul, que sin embargo dejan
traslucir a veces la imprimación cálida del fondo. En Del agua y de la tierra.
Nigro va más allá sugiriendo, dentro de la planimetría, la posibilidad de una
presencia volumétrica subrayada por formas laterales como planos en fuga, que
permiten organizar visualmente un espacio en tres dimensiones. En estas obras,
las figuras entrelazadas, mixturadas, adquieren mayor pregnancia y quedan suspendidas
en ese espacio que se sugiere trascendiendo los límites del marco. Las formas
parecen levitar concentrando su misterioso poder expresivo.
Nigro siempre va a los mismos lugares. Recorre los mismos caminos para encontrar
nuevas maneras de ver aquellas cosas que los habitan y que lo alimentan. En
estos cuadros hay presencias que recorren casi toda su obra, que nos sorprenden
maduradas, mixturadas, interpenetradas.
Hay en estas obras geométricas que son lombrices, colores del océano y del Tigre.
Hay almejas que son peces, manos que son almejas, cuchillos que son luna. Todo,
en fin, remite a la costa, a las orillas, pero sus orillas no son sólo las del
río. Habla de vivir en la orilla, en el borde de los mapas.
Estos cuadros irradian vitalidad, confianza en el hombre y sus raíces. Su perspectiva
humana está presente allí, en la pintura. Se erigen contra la derrota y el extrañamiento,
contra la pérdida del centro. Son cuadros rioplatenses, sudamericanos, pero
también refieren a la universalidad y sus principios, a la unidad de lo animado
y lo inanimado. En Cruz oceánica la simbología de la pasión cristiana
se despliega en un orden nuevo, en el que la geometría de la cruz se multiplica
y desordena integrando al drama otras presencias míticas y orgánicas que parecen
potenciarlo y universalizarlo.
Estos cuadros invitan al descubrimiento, exigen una contemplación minuciosa,
cada recorrido de la mirada permite nuevos desciframientos de una complejidad
que se nos presenta como un enigmático microcosmos. Nada en la pintura de Nigro
es obvio. Este texto, finalmente, no tiene otra pretensión que la de ofrecer,
en palabras, una mirada desde otra orilla.
(1)
León Felipe. VERSOS Y ORACIONES DEL CAMINANTE.NUEVA YORK 1929
(2) Pierre Francastel. LA REALIDAD FIGURATIVA.Buenos Aires: EMECÉ, 1970
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