Mirtha Dermisache y la invención de una Escritura
C.Donelly Revista Artinf ,1972

Es verdaderamente difícil describir las primeras sensaciones que produce el "Diario" Nº1, Año 1 de Mirtha Dermisache. En principio se experimenta un impacto de alegre estupor, que luego se transforma en profundo interés y finalmente da lugar a una serie casi inagotable de reflexiones e indagaciones.

Esto lleva a hablar no sólo del diario (en el sentido de periódico aparecido recientemente en el CAYC) sino de todo el trabajo de esta...¿artista? ¿creadora? ¿escritora?. Es también difícil encontrar denominación adecuada a sus obras, su actividad y su condición. Lo que este diario dice es absolutamente inentendible, pues las inscripciones que hay en él no pertenecen a ninguna lengua. Son grafismo ordenados, diagramados y texturados de manerta tal que hacen que el conjunto sea reconocido sin ninguna duda como un diario. Esto es al menos en la primera plana, pues a medida que se vuelven las hojas disminuye el rigor geométrico de la diagramación y aparecen rupturas, columnas de distintos grafismos (de distintas "noticias") que se invaden mutuamente y hasta los grafismos en si tienden a un mayor grado de plasticidad. Sin embargo, el diario sigue siendo un diario y no falta ni la historieta (también, totalmente "inentendible" aunque perfectamente "leíble").

Hay que apresurarse a decir que no es escritura automática, ni dadá, ni son ideogramas ni jeroglíficos. Es necesario darse cuenta que se está ante una obra original e inédita...quizá sería mejor decir ante un acto original y sino inédito, ancestral.

Entrar en el mundo de Mirtha Dermisache lleva a encontrarse con la obra ingente y totalmente coherente de siete años de tarea prácticamente anónima. Es una treintena de tomos manuscritos de diverso porte: es el doble reencuentro con lo artesanal y lo esencial de la escritura.

Lo primero que se reconoce, y no sin extrañeza, es que estos grafismos, aunque no "dicen" nada, "comunican" algo. Dicho de otra manera: al recorrer con la vista, al "leer" estos textos, quien los lee no permanece incambiado. Algo se incorpora, algo se percibe y recibe: esto es importante. Es esencial.

La pregunta: ¿Qué significa? o ¿Para qué sirve? no hace más que reafirmar su propia y tradicional inutilidad. Esta escritura exige una total entrega a sus propias reglas. Pues no es arbitraria ni caprichosa. Su naturaleza es tal que perimite ser "leída". Permite reconocer grafiasmos, asociarlos entre si. Formas que se encuentran al final del texto remiten a formas que se han leído antes (aunque no se repiten). Y aquí se llega a lo nuclear de esta manifestación, a falta de otra palabra.

Como objeto: es reconocible como construcción; desde el sujeto es posible realizar una construcción. Doble condición: estática y dinámica. Estática por ser una cosa escrita. Dinámica por ser construída en un transcurrir a través del espacio de la página y el tiempo de la memoria. El texto ha sido leído cuando el último grafismo ha sido leído. Un grafismo necesita del otro para que ambos sean algo más que su suma. Cada grafismo es, en la medida en que se parece a y se diferencia de su vecino.

Acá se llega a otra área nuclear de reflexión.

Cada grafismo adquiere su funcionalidad por su relación vertical con el conjunto de los otros grafismos. El texto es el "paradigma" del cual surge el grafismo. Por su relación horizontal se constituye ese transcurso reconocible, ese discurso. El texto es el "sintagma" en el cual está inmerso y operando el grafismo.

Y he aquí la proeza comunicacional de esta escritura: logra emocionar a quien la lee como producto de un otro sin que esta emoción descanse en el goce estético de su aspecto plástico, ni en el intelectual de una significación inteligible. Es comunicación al estado puro aunque no sea soporte de información alguna. Cada texto es el dibujo del concepto de sintagma, del concepto de discurso. Es una matriz fluyente y vacía propuesta por un emisor que admite y necesita ser llenada por los significados del receptor. Este es quien, recurriendo a su propio sistema, conciente o inconsciente, constituye el mensaje. Se subvierte la habitual relación emisor-receptor pero permanece el hecho, el fenómeno de la vivencia del estremecimiento que produce el reconocimiento de la apelación que hace un otro. Es posible que sea a esta esencialidad a la que se refiere Rolan Barthes cuando saluda la creación de estos textos. Puede no ser ocioso imaginar un hombre prehistórico, esencialmente analfabeto, tratando de plasmar gráficamente no imágenes de su memoria visual, sino el transcurrir de su incipiente discurso interno.

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