Podríamos
decir de Carlos Boccardo lo mismo que Ana María Barrenechea señala
respecto a Borges: es alguien que se siente conmovido hasta las
raíces por su destino de hombre perdido en el universo.
Pero
si bien el temperamento de nuestro artista plástico no le permite
el respiro que significan los juegos de la ironía y el escepticismo,
su condición de tal le asegura la posibilidad de extrapolar a través
del discurso no verbal la fuerza del grito. Por eso puede descender
a las articulaciones mínimas que ahora presenta hechas con hierro,
madera, piedras y trozos de cemento y dotarlas de connotaciones
sensibles y de sentido.
Las maderas no son de talla sino de corte industrial, anchas, formadas
por uniones en machimbre. El hierro es también industrial en chapa
o vigas en doble T. Las piedras son volcánicas sin trabajar. Todos
están usados como elementos de una estructura primaria que se extiende
sobre el piso. Esa búsqueda de la horizontalidad es afirmación de
su odio por el pedestal y la jerarquización que implica y de su
idea que solamente en el suelo la escultura se vuelve plena.
Esa coordenada se relaciona con sus anteriores proyectos de esculturas
transitables que determinaban un recorrido para un caminante o figura
móvil, "andante", que aparecía también en uno de sus cortometrajes.
Porque Boccardo, artista vigoroso y complejo, aún consciente del
carácter inaccesible de la realidad o tal vez por eso mismo como
un desafío, la acosa a través de múltiples lenguajes: en un principio
la pintura, luego los trabajos con luz, el cine, la escultura, los
objetos y también a través de la palabra y el sonido cuando en el
Museo de Arte Moderno hizo unas instalaciones, en 1995, referidas
a "La invención de Morel" de Adolfo Bioy Casares y "La ciudad ausente"
de Ricardo Piglia, con música de Gerardo Gandini.
Instalaciones como éstas requieren un tema y en ese caso uno de
ellos fue encontrar en Bioy y en Piglia las mismas obsesiones: la
máquina intentando en vano cubrir la ausencia de una mujer.
De
la misma manera podríamos detectar afinidades con el mundo de Macedonio
Fernández o con el artista holandés Escher.
En todos los casos se trata de artistas que nos perturban y nos
desasosiegan y como ellos Boccardo bucea en la imposibilidad de
los lenguajes y pone en escena una y otra vez sus preguntas y sus
metáforas preferidas para orientarnos hacia una respuesta siempre
inalcanzable.
De ahí su reiteración del laberinto, que no le interesa como artilugio
lógico, sino por su idea de recorrido, incómodo y difícil, de búsqueda
angustiosa de una salida. Los laberintos se relacionan con un deambular
que tiene algo de sonambulesco y fantasmal. Por eso para Boccardo
son una de las maneras de explorar el mundo de la creación y de
lo enigmático.
Con la misma fuerza de indagación intelectual que sus colegas de
la literatura, es consciente de los límites de la lógica, de la
imposibilidad de establecer un orden del mundo, del desamparo del
hombre actual perdido en un universo caótico donde nada es certero.
Siguiendo la posibilidad de un camino hizo objetos que le atraían
por su poder de evocación de una historia o de un personaje, introduciendo
en su obra planos de ficción que dialogaban con lo presentado. Dejando
de lado la producción de objetos, y en parte, por los planteos que
se formuló al ser invitado periódicamente a las exposiciones de
escultura al aire libre del Museo Larreta volvió, a la escultura,
encontrando que ésta, a la salida del modernismo –como escribe Rosalind
Krauss- había entrado a una tierra de nadie categórica, a una combinación
de exclusiones: de oposición de lo construido y lo no construido
o de lo natural y lo cultural.
Boccardo
se internó en ese campo donde hay en la actualidad posibilidades
estructuradas de manera diferente, para manejarse con otro lenguaje.
Como él mismo declara siempre tuvo que contar con recursos múltiples
para actuar atendiendo a un contexto que ya de por sí determina
la forma.
Estructuras mínimas, como casuales, despojadas de calidad artesanal,
con materiales verdaderos, elaborados por el hombre presentados
como fragmentos o ruinas de épocas y realidades perdidas, le proporcionan
un anclaje a lo real que se atiene a la exigencia extrema de una
cultura post. Este alzamiento mínimo, esta presencia desnuda ¿hablan
de un recomenzamiento? ¿Podemos construir un lenguaje, una articulación
posible? ¿Es mera intención de supervivencia? ¿Hay un resquicio
de esperanza?
Esta
extremada severidad parece simbolizar la reiterada lucha contra
la entropia y la homologación.
Sin
ningún planteo efectista, a pura autenticidad, las esculturas de
Boccardo nos ofrecen, en silencio, un espacio de reflexión.
Volviendo a Borges una paráfrasis para el espectador y para el crítico:
"Tú que me miras, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?
NELLY PERAZZO Presidente de la Academia
Nacional de Bellas Artes
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